29. ene., 2022
Sentimientos enfrascados en botellas de cristal
Imaginar, razonar, reflexionar, recapacitar, meditar, filosofar.
Todo proviene del mismo retorcido núcleo, al cual hemos aferrado bajo el nombre de “pensamiento”.
¿Hacemos algo para favorecerlo?
Realmente creo que los filósofos, buscamos más allá de lo entrañable.
Trabajamos con la inocencia de otorgarle a una idea, la posibilidad de tener un lugar más allá de lo vulgar, aquello que se ha ido estrechando a lo largo de los últimos años.
Hablo de lo banal, del trato que obtiene hoy en día el amor, la pasión, la tristeza, el dolor.
Todas aquellas sensaciones que nos revuelven por dentro, que nos matan y nos hacen sentir vivos al unísono.
Hablo de la pelea, el rencor; presos de criaturas que padecen el pasar de sus días en un suspiro de viento, fuerte pero conmovedor.
Hablo de todo aquello que precede a los sentidos. Todo lo que sobrepasa el límite de la imaginación y es más lejano que el hábitat de la interpretación.
El alivio que se siente cuando te otorgan el poder de la verdad, con los ojos.
¿Sabrías explicarlo?
Cuando un extraño caminante, posee belleza en cada racimo de iris.
Cuando se deciden a observar sinceros, desafiantes, rotos, agotados; sin el superfluo miedo a ser analizados.
Por ello, la vista es un regalo notorio que no se alimenta diariamente, ya que, supondría un esfuerzo mayor a la pereza, un valor aplicado a la sinestesia.
Esto me lleva a pensar en la labor que pretendemos liberar.
¿Se realiza un trabajo más allá de lo entendido? o, ¿somos expertos en lo que vemos y por eso no lo exploramos?
Creo que, la vista, al igual que el resto de sentidos, no es cosechada ni dada, sino perpetuada.
En cambio, hacemos un esfuerzo por vivir tan rápido que, nuestra mente, es incapaz de congelar una imagen momentánea, un frío embriagador o un corazón palpitante a metros de distancia.
Eso supone una falta de aire en pulmones vivos, un dolor visual para ojos somnolientos, precavidos.
Eso es encerrar con luces tenues a un filósofo. Dejarlo sin vida.
Eso somos tú y yo, sentenciados, echando raíces en terreno equivocado.