10. dic., 2021

El frío de los recuerdos llama a la puerta

Supongo que no te lo esperas. 
Supongo que yo tampoco. 
Supongo que era el momento o simplemente el tormento de una espina clavada en el pecho. 
Dando una vuelta por los recuerdos me he parado. 
Sí, últimamente descanso y pienso mucho; estas veces para bien. Por fín, ¿no?
Es precioso reencontrarse con una estela en el fondo de tu sueño, en aquella puerta que decidiste cerrar y pensabas que no abrirías ni en el último día de tu existencia. 
Bien, pues una vez más aquí está mi cabeza, dando un vuelco a todos mis planes; sorprendiéndome. 
Y es que en el fondo, ahora que me conozco, estoy orgullosa de esta decisión. 
No sé si recuerdas quién soy, al menos mi nombre o quizás un apodo. Quién sabe, igual ahora soy la innombrable de otras películas o series; quizá me haya convertido en un antagonista para personas que, ni ver, ni escuchar, ni leerme quieren. Y, ¿sabes? Está bien.
Se que en momentos de mi vida no he sido la mejor versión de mi. 
Y, ¿si me arrepiento? No lo creo. Y lo sé. Puede parecer hipócrita pero también sincero, que no es una cualidad que posea todo el mundo. 
  • La sinceridad (buen título psicológico, ojo) 
Ya paro con mis idas de olla varias. 
Vengo aquí a hacer unas de mis preguntas filosóficas. Sí, de esas que tienen un millón de respuestas o que no tienen ni una, depende de la singularidad de la persona que la lea.
  • ¿Por qué no hay nada dónde debería de haber algo? ¿Existe una ética objetiva? ¿Cuál es el mayor problema de la humanidad? ¿Existe el destino?  
Dicho esto voy a plantear una historia hipotética:
Dos personas mundanas encontraron magia y complicidad en sus diferencias, tanta que la tierra, el sol y la luna, poco acostumbrados a estas singularidades, decidieron alinearse con el fin de hacerlos dioses. Lo que ocurre cuándo ninguno de estos seres ha decidido por sí mismo la vida eterna, las facilidades ni el mundo ficticio con el que no se sienten identificados; se corrompen. Y lo hacen en todos los sentidos de la palabra.
Sus almas deciden romperse por sí solas, ya que no son él y ella; son el proyecto que han construido de ambos. Se corrompen por la supuesta “vida” que les rodea. No vuelven ha conseguir comunicarse y se pierden. Y, ¿qué llega después? Vacío. Un vacío que les deja abrumados y les comienza a hacer replantearse todo aquello que pueden ver, sentir o pensar. Sus caminos se separan, crean niebla entre ellos para qué, poco a poco, cada uno acepte el destino que el universo creyó que sería el adecuado para ellos. 

Yo me quedo para siempre pues yo lo último que quiero es perderte, y si no, sé qué nos volveremos a encontrar”. 
¿Cierto? ¿Momentáneo? ¿Mentira? 
Lo triste es que nunca sabremos si esto son meros delirios de una escritora o es un tatuaje grabado en la piel de por vida. Que las palabras nunca se las llevó el viento, pues soy redactora, filósofa. Y más importante, soy amiga, compañera, familia, cariño, suspiro; amor.